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8. Elsa Cross

Perseguimos
nombres que han rodado por la historia,
palabras que al decirse
nos devolvían resonancias más insólitas
que esa delicada fuente de Leda
en medio de un pueblo minero.
Polvo en las manos dejaban esos nombres,
como al tratar de unir las piezas rotas
de un vaso o de una estela,
y sentir que por los huecos
algo se iba para siempre.

Amantes cuyas caras borrosas
no sabríamos ahora distinguir en esas multitudes
que han pasado por nuestros ojos,
amigos muertos
mezclados en las capas sedimentarias
de la propia memoria,
ancestros cuya mirada persiste
desde un daguerrotipo.

Tanto de nosotros quedó también atrás.
Cosas olvidadas antes de que ocurrieran,
por lo que hubiéramos vendido el alma,
aparece ahora como un drama vulgar,
y todo se reduce
a una pulsera con el broche roto-
o a un pedazo de vasija:
hileras de hoplitas desnudos con sus lanzas,
el pene curvo como réplica de la barba.
Y los fragmentos perdidos,
igual que los huesos de guerreros
y de mujeres sin término,
siguen vivos acaso en nuestra propia sangra,
repitiendo sus mismos gestos
en estas vidas solventadas
por dos o tres ideas fijas.

¿Y estas vidas mismas
no parecían la soga de Ocnos?
Él la iba tejiendo y un asno
devoraba el otro extremo.
Y la tarea inacabable de tejer esa soga
cuyo término reducían los belfos de la bestia,
nos invitaba a no reflexionar
sobre el sentido de la propia existencia.
Fases coloridas o sombrías
deslizándose por igual
hacia los dientes sobornables.
Quedaba sólo a salvo
el tejer sin fin la misma soga.

Cross, Elsa. Bomarzo, Era, México, 2009.

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