Tantas preguntas rondaban en declive.
Indagar si la mancha
que aparecía en las cosas
estaba en ellas,
o era una especie de lesión en el vítreo o la retina,
un rayón que iba tras el ojo,
estampándose donde la vista se fijara.
En todo había esa pequeña sombra,
ese asterisco o araña
clavando las patas en lo real,
lo que nos parecía real.
Al sesgo, podría convertirse en otra cosa
o se olvidaba por un rato,
pero volvía como un recordatorio
de ese núcleo maligno
que desde dentro podía crecer
y desbordarse en un tumor,
envenenarlo todo.
Era como la inteligencia
ejercitando su filo crítico sobre el mundo,
sobre cualquier cosa que confrontara.
En todo veía la imperfección,
lo inacabado.
Algo tenía que hallar inferior a ella misma.
¿Y no era -como decía el maestro-
igual al perro que roía un hueso
saboreando la sangre de sus propias encías?
O era tal vez la realidad que se ensañaba
en nuestras mentes frágiles.
No había respuestas,
sólo preguntas empalmándose,
cuestiones postergables
para un "mañana", o "quizá", o"tal vez nunca".
Más seguro ese rango de incertidumbre
que el plazo perentorio
de nuestras propias vidas,
pues el tiempo caía
con su línea continua como un lazo,
atando a su rigor el pie o el ala.
Al darnos cuenta, tanto se había escurrido
por esa tarja.
Afuera, una voz indistinta
como hebras de una tela raída
-los andrajos del pharmakós-,
se escuchaba en una larga querella.
Voz humana o aullido de gato
(o agua tropezando en tuberías estrechas).
Indagar si la mancha
que aparecía en las cosas
estaba en ellas,
o era una especie de lesión en el vítreo o la retina,
un rayón que iba tras el ojo,
estampándose donde la vista se fijara.
En todo había esa pequeña sombra,
ese asterisco o araña
clavando las patas en lo real,
lo que nos parecía real.
Al sesgo, podría convertirse en otra cosa
o se olvidaba por un rato,
pero volvía como un recordatorio
de ese núcleo maligno
que desde dentro podía crecer
y desbordarse en un tumor,
envenenarlo todo.
Era como la inteligencia
ejercitando su filo crítico sobre el mundo,
sobre cualquier cosa que confrontara.
En todo veía la imperfección,
lo inacabado.
Algo tenía que hallar inferior a ella misma.
¿Y no era -como decía el maestro-
igual al perro que roía un hueso
saboreando la sangre de sus propias encías?
O era tal vez la realidad que se ensañaba
en nuestras mentes frágiles.
No había respuestas,
sólo preguntas empalmándose,
cuestiones postergables
para un "mañana", o "quizá", o"tal vez nunca".
Más seguro ese rango de incertidumbre
que el plazo perentorio
de nuestras propias vidas,
pues el tiempo caía
con su línea continua como un lazo,
atando a su rigor el pie o el ala.
Al darnos cuenta, tanto se había escurrido
por esa tarja.
Afuera, una voz indistinta
como hebras de una tela raída
-los andrajos del pharmakós-,
se escuchaba en una larga querella.
Voz humana o aullido de gato
(o agua tropezando en tuberías estrechas).
Cross, Elsa. Bomarzo. Era. México, 2009.
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