Cuando ni el brazo alcanza a tocarse a sí mismo,
con tal fiel movimiento que gime en su temor
como el cauce del río corriendo por sí mismo,
muy lento hasta ahogarse en su propio temblor.
Cuando la niebla es gris y crece entre la noche,
nosotros tras su sangre también nos defendemos,
sin saber qué es la niebla, sin conocer la noche,
mas siendo en ella vivos, en su impalpable peso,
sin pensar en nosotros, ni siquiera en el agua
que por dentro consume nuestro propio desnudo,
al callado placer de vivir en el agua
un más íntimo amor, y con el cuerpo húmedo,
la intimidad más alta, la más callada estrella
o el correr de la sangre siempre hacia sí misma,
constante y limitada, como una luz de estrella
que se pierde en la noche sin encontrar salida.
Cando entonces sabemos por dónde nuestra sangre
desgrana su letal, su fie melancolía,
corremos grises ya dentro de nuestra sangre
nosotros en nosotros y la noche nos guía;
entonces nuestra frente, nuestros brazos y piel,
abiertos a la sombra recogen su pesar
entrándose en la sangre, perdidos en la piel,
alertas como rocas tendidas hacia el mar.
Entonces ni la voz alienta entre los labios
y encima de la noche y el mar de nuestras venas
muerta queda la voz, yertos quedan los labios.
Es cuando estamos solos, en soledad perfecta.
con tal fiel movimiento que gime en su temor
como el cauce del río corriendo por sí mismo,
muy lento hasta ahogarse en su propio temblor.
Cuando la niebla es gris y crece entre la noche,
nosotros tras su sangre también nos defendemos,
sin saber qué es la niebla, sin conocer la noche,
mas siendo en ella vivos, en su impalpable peso,
sin pensar en nosotros, ni siquiera en el agua
que por dentro consume nuestro propio desnudo,
al callado placer de vivir en el agua
un más íntimo amor, y con el cuerpo húmedo,
la intimidad más alta, la más callada estrella
o el correr de la sangre siempre hacia sí misma,
constante y limitada, como una luz de estrella
que se pierde en la noche sin encontrar salida.
Cando entonces sabemos por dónde nuestra sangre
desgrana su letal, su fie melancolía,
corremos grises ya dentro de nuestra sangre
nosotros en nosotros y la noche nos guía;
entonces nuestra frente, nuestros brazos y piel,
abiertos a la sombra recogen su pesar
entrándose en la sangre, perdidos en la piel,
alertas como rocas tendidas hacia el mar.
Entonces ni la voz alienta entre los labios
y encima de la noche y el mar de nuestras venas
muerta queda la voz, yertos quedan los labios.
Es cuando estamos solos, en soledad perfecta.
Comentarios
Publicar un comentario