Todo va a un lugar; todo es hecho del polvo,
y todo se tornará en el mismo polvo.
Eclesiastés, III, 20
Vuelca su fiel aroma sobre el vaso,
lluvia de sueño o suavidad de forma,
y dentro, en el desnudo, se conforma
la lentitud aciaga de su paso.
Más fino que la luz. Como la nieve
límite de paloma, se convierte
en un silencio que rocío vierte
al velo del cadáver que lo mueve.
Así se hunde en agua congelada
ahogándose en los mares del olvido,
e idéntico al cristal, voz deformada
o mudo espejo del aliento herido,
clama en su transparencia: “El ser es nada”,
mas el ser es polvo adormecido.
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