Tú mismo, acaso no tuviste un instante de turbación cuando en la Cruz clamaste: "Padre: ¿por qué me has abandonado?" ¿Tan terrible es el peso de las miserias humanas? Aquellas palabras son las más desoladoras de la pasión. Uno quisiera olvidarlas y atenerse al final: "¡En tus manos entrego mi espíritu!"
¡Señor, ten piedad de nosotros!
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