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Letanías del atardecer - José Vasconcelos

Lejos de soñar destinos como los de los ángeles de los coros celestiales, aceptemos nuestra humana condición sin pretender explicarla. Después de todo, un San Pablo vale más que los querubines, y todo lo que podemos concebir y deseas, es como los caprichos de un niño que la realidad supera, tal como las obras del Creador nos son insospechables. Lo único cuerdo al final de la jornada, es repetir como el comienzo: "Hágase, Señor, tu voluntad".

   Mi albedrío pesa demasiado. Te lo devuelvo, Señor, clamando: "Hágase tu voluntad y no la mía".

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