Ir al contenido principal

Letanías del atardecer - José Vasconcelos

Desde el fondo de una ambición confusa, clamé una vez. ¡Quiero ser Arcángel! No me basta con ser hombre.

   ¿Era deseo de estar más cerca de Dios, o solamente soberbia, como la de aquel que no contento con ser Arcángel, quiso ser Dios?

   No, el hombre nunca llega a tanto. Ambiciona lo infinito, pero se contenta con dejar de sufrir. Es apenas un poquito más que el animal.

   Pobre bestia, el hombre: respira, come y excreta. ¿Cómo un ser así, puede presumir de su ser? En cierto sentido es peor que el anima, que siquiera no siente el asco de sí mismo: el asco de ser sin placidez y sin plenitud.

   Sin embargo... Sí, ya lo sé, el hombre se consuela diciendo que piensa; es decir, se tortura y no halla más que la nada!

   El hombre se encuentra con su semejante y desconfía. Se acerca al prójimo, se apiada y lo ama.

   Una desviación de ese amor del semejante es el encuentro del hombre con la mujer. Ambos se fascinan, se atraen y surge el compromiso fatal de la pareja. Lamentable consuelo deleznable. ¡Sobre la miseria del placer, el desengaño!

Comentarios