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XXlX - Una carroña - Baudelaire

Alma mía, recuerda el objeto que vimos
   esta mañana hermosa:
al torcer un sendero, una carroña infame
   en tierra pedregosa.


Con las piernas al aire, como una mujer lúbrica,
   rezumando veneno
entreabría su vientre de una manera cínica,
   de emanaciones lleno.


El sol iluminaba aquella podredumbre
   para cocerla a punto,
y devolver así a la naturaleza
   cuanto le dijera junto.


El cielo contempla esa inmensa carroña
   como malsana flor.
Creíste desmayarte y caer en la hierba,
   tan fuerte era su hedor.


Y las moscas zumbaban sobre el pútrido vientre,
   en negros batallones,
las larvas se extendían como un líquido denso
   por los sucios jirones.
Todo aquello movíase como un negro oleaje
   que rompía crujiendo;
dijérase que el cuerpo, lleno de un viejo soplo,
   movíase viviendo.


Todo, en torno, sonaba como una extraña música,
  como agua en el sendero
o el grano que, en continuo ritmo, el acechador
  revuelven en el harnero.


Se borraban las formas, que eran sólo un recuerdo,
   un esbozo iniciado
como cuando el artista, recordando lo visto,
   deja el cuadro esbozado.


Por detrás de unas rocas una perra excitada
   miraba tercamente,
acechando el momento de lanzarse a su presa
   para hincarle su diente.


-¡Y pensar que tú eres igual que esa carroña,
   que esa horrible infección,
estrella de mis ojos, sol de mi noche oscura,
   tú, mi ángel, mi pasión!


Sí, tal habrás de ser, ¡oh reina de mis gracias!
   tras mis últimos besos,
cuando bajo la hierba florida y lujuriante
   se deshagan tus huesos.


¡Entonces, oh mi hermosa, diles a los gusanos
   que devoran tus restos,
que yo guardé la forma y la esencia divina
   de mis amores descompuestos!

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