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La mujer y su imagen - Rosario Castellanos

Porque no se elige ser soltera como una forma de vida sino que, la expresión ya lo dice, se queda uno soltera, esto es, se acepta pacíficamente un destino que los demás nos imponen. Quedarse soltera, significa que ningún hombre consideró a la susodicha digna de llevar su nombre ni de remendar calcetines. Significa no haber transitado jamás de un modo de ser superfluo y adjetivo a otro necesario y sustancial. Significa convertirse en el comodín de la familia. ¿Hay un enfermo que cuidar? Allí está fulanita que como no tiene obligaciones fijas... ¿Hay una pareja ansiosa de divertirse y no halla a quien confiar sus retoños? Allí está fulanita que hasta va a sentirse agradecida porque durante unas horas le proporcionen la ilusión de la maternidad y de la compañía que no tiene. ¿Hace falta dinero y fulanita lo gana o lo ha heredado? Pues que lo dé. ¿Con qué derecho va a gastarlo todo en sí misma cuando los demás, que sí están agobiados por el verdaderas necesidades, lo requiren? Y ¿por qué las necesidades de los demás son verdaderas y las de la soltera son apenas caprichos? Porque lo que ella necesita para sí misma y para nadie más y eso, en una mujer, no es lícito. Tienen que compartir, dar. Sólo justifica su existencia en función de la existencia de los demás.


Y si a la soltera le tocó en suerte estar sola ¿por qué no disfrutar, al menos, de las ventajas de la soledad? De ninguna manera. Debe arrimarse (esta es la palabra y nos evoca que el muerto y el arrimado a los tres días apestan, lo que describe bien la calidad de esa condición). Debe arrimarse, decíamos, a un núcleo familiar cualquiera. Si faltan los padres quedan los hermanos o los primos o los tíos. Ellos le proporcionan el respaldo que le falta, el respeto que no merece por sí misma, que no conquistará sean cuales sean sus hazañas.

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Tengamos el valor de decir que somos vírgenes porque se nos da la real gana, porque así nos conviene para fines ulteriores o porque no hemos encontrado la manera de dejar de serlo. O que no lo somos porque así lo decidimos y contamos con una colaboración adecuada. Pero, por favor, no sigamos enmascarando nuestra responsabilidad en abstracciones que nos son absolutamente ajenas como lo que llamamos virtud, castidad o pureza y de lo que no tenemos ninguna vivencia auténtica.

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Y en cuanto a los maridos no son ni el milagro de San Antonio, ni el monstruo de la laguna negra. Son seres humanos, lo cual es mucho más difícil de admitir, de reconocer y de soportar que esos otros fantasmas que nos hacen caer de rodillas por la gratitud o que nos echan a temblar por el miedo. Seres humanos a quienes nuestra inferioridad les perjudica tanto o más que a nosotras, para quienes nuestra ignorancia o irresponsabilidad es un lastre que los hunde. Y que para escapar de una condición que no aguantan y que no modifican porque no la entienden se dan,como lo proclaman nuestras más populares canciones , a la bebida y a la perdición... cuando no desparecen del mapa.


Castellanos, Rosario. Mujer que sabe latín. SEPSetentasDiana, México, 1979.

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